Manuel Chaves Nogales-prensa © Confluencias Editorial 2021

Nueva luz sobre el exilio de Chaves Nogales

La reedición de la biografía de Chaves Nogales aporta nueva luz sobre sus años de exilio

Jesús Morillo. SEVILLA. ABC
Domingo, 21 de noviembre de 2021

María Isabel Cintas arroja, sobre todo, nueva luz sobre la última etapa de su vida,

 que se inicia con su marcha de España, junto a su familia, a finales de noviembre de 1936, con la que convivirá durante los años de su exilio francés hasta 1940.

La ocupación nazi determinará la separación de los suyos, que se refugiarán en la localidad sevillana de El Ronquillo, y su traslado a Inglaterra en un buque de guerra británico. En Londres encarará sus últimos trabajos profesionales. Cuatro años de trabajo intenso, hasta que la muerte lo sorprendió el 8 de mayo de 1944 a la edad de cuarenta y seis años, casi un mes antes del desembarco de Normandía, que fue el principio del fin de la dominación fascista en gran parte de Europa por la que tanto había luchado el periodista.

«Tanto luchar toda mi vida por la democracia y ahora voy a morirme sin ver su triunfo», le comentó el sevillano, tras ser operado de una peritonitis —provocada por un cáncer de estómago— de la que no se recuperó, a su buen amigo y colega Antonio Soto.

 

María Isabel Cintas incorpora a la obra, ahora en dos tomos, investigaciones sobre su salida de Francia o la conexión con Winston Churchill

Este testimonio lo incluye María Isabel Cintas en la reedición ampliada de su biografía que, con el título de ‘El oficio de contar’ publicó en 2011 la Fundación José Manuel Lara y que le valió a esta investigadora, responsable del rescate de su obra narrativa y periodística de la mano de la Diputación de Sevilla, el premio de biografías Antonio Domínguez Ortíz. Pero la edición se agotó pronto y la fundación no se había decidido a reeditarla en los últimos años, por lo que el único recurso para el interesado era buscarla en librerías de viejo.

Ahora, la editorial Confluencias y la Universidad de Sevilla han coeditado esta reedición ampliada de la biografía, que alcanza los dos tomos, titulados ‘Andar y contar’, palabras que sintetizaban para Chaves Nogales la esencia de su oficio. El primero abarca desde el nacimiento del periodista en Sevilla en 1897 hasta su salida al exilio tras estallar la Guerra Civil, mientras que el segundo se centra en sus años de exilio en Francia e Inglaterra hasta su muerte en Londres en 1944.

Un recorrido apasionante por la vida de un periodista que se valió para su quehacer profesional de los últimos medios técnicos, como el avión, con el que recorrió Europa para informar sobre el ascenso de los totalitarismos, el comunismo en Rusia y el nazismo y el fascismo en Italia y Alemania, en una obra en la que literatura y periodismo son inseparables, y que abarca desde la biografía de Juan Belmonte a amargas reflexiones sobre el fin de la democracia en Francia.

Edición concluida

La nueva edición incorpora las investigaciones que ha realizado María Isabel Cintas durante esta última década, además de numerosas fotos, algunas de ellas poco conocidas. Entre las nuevas aportaciones destacan nuevos datos sobre el periplo en exilio de Chaves Nogales. De hecho, si esta etapa abarca un centenar de páginas en la primera edición, en esta segunda ocupa un volumen completo de más de trescientas páginas.

«El material era muy voluminoso, había muchas más fotos y muchas cartas. Hay más cuestiones que investigar en la biografía de Chaves Nogales, pero yo doy por concluida esta edición. Si alguien quiere investigar más puede seguir algunas cuestiones que aparecen apuntadas, como por ejemplo, artículos del periodista que se encuentran en prensa latinoamericana sin digitalizar, la mayor parte de ellos provenientes de la agencia que fundó en Inglaterra, que surtió de muchos artículos a América Latina», explica la autora.

Entre las nuevas aportaciones está el relato de la huida de Chaves Nogales de la Francia de Vichy junto a un grupo de periodistas que, como él, eran carne de campo de concentración nazi. Junto a ellos, el sevillano pudo embarcarse en Burdeos en junio de 1940 en un contratorpedero británico que le llevaría a Inglaterra. Ahí fue esencial el papel de Emery Reves, director y propietario de la agencia de prensa Cooperation Press Service, donde trabajaba Chaves Nogales, y con la que Winston Churchill, nombrado primer ministro en mayo de aquel año, había colaborado. De hecho, fue el ‘premier’ británico quien dio la orden de evacuar a los refugiados en Burdeos, por lo que esta investigadora apunta que «puede ser el mismo Reves, avalado por Churchill, quien consiga que Chaves embarque».

Esa ayuda del gobierno británico «la pudo tener también el para incorporarse a la vida laboral en Inglaterra, a donde llega exiliado, pero donde poco después está al frente de una pequeña agencia, gracias al aval del diputado laborista Pearson, en Fleet Street, la calle de los periódicos y agencias en Londres, en los altos de Reuters y ello a pesar de no hablar inglés», señala esta investigadora.

Voz a los exiliados

Esos contactos le permitieron abrirse camino en Londres, donde llegaba como periodista reconocido en América Latina y con mucha ambición, señala María Isabel Cintas. «Tenía la experiencia de haber trabajado desde los quince años y el carácter de exiliado le agudizó la perspectiva».

En su agencia, Chaves Nogales dio voz a exiliados cuyo pensamiento estaba en línea con esa moderación alejada de extremismos que seguía él mismo, como Carles Pi i Sunyer, Salvador de Madariaga, Luis Cernuda Luis de Araquistáin. En Londres desarrollaría una febril actividad periodística, con colaboraciones puntuales con la BBC, que permitieron despegar a su agencia y tener la confianza de reencontrarse con su familia. Su repentina muerte en 1944 lo impidió.

Medio siglo después queda el legado de un periodista de insobornables convicciones democráticas. Esta reedición de la biografía de María Isabel Cintas vuelve a completar la figura de Manuel Chaves Nogales, un periodista que, como resumió en el prólogo de ‘A sangre y fuego’, solo pretendió contar «lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera».

Jesús Morillo
Fuente: www.sevilla.abc.es

Felipe Díaz Pardo © Confluencias Editorial 2021

Un volumen que cierra una época del autor

‘Cuentos cómplices, divinos y humanos’ de Felipe Díaz Pardo

José Manuel. La Revista de Valdemoro
Jueves, 18 de noviembre de 2021

Cuentos cómplices, divinos y humanos, publicado recientemente en la editorial Confluencias, supone el balance creativo de Felipe Díaz Pardo en un género tan presente en él a lo largo de toda su trayectoria literaria como es el del cuento. El volumen recoge treinta y seis de los relatos que lleva escritos desde sus comienzos como narrador de historias cortas.

El agrupamiento de estos cuentos responde a la coherencia que aporta la existencia de algún elemento común entre ellos y que el lector fácilmente detectará. El título del primer bloque («Cuentos cómplices») se refiere, evidentemente, a la alianza, en estos casos sentimental, como elemento común. En ellos predominan la relación entre parejas, al margen de que dicha relación sea más o menos ortodoxa a los ojos de los demás. El segundo grupo («Cuentos divinos») cuenta también de manera clara, como se puede observar, con la mitología y los personajes de la divinidad como hilos conductores de los mismos. Por último, el tercer conjunto («Cuentos humanos») sirve para recopilar los demás relatos que no entrarían en los anteriores grupos y que cuentan con el factor humano como elemento que los engloba.

En definitiva, todos ellos crean un mundo fascinante y múltiple mediante diversos ámbitos, enfoques, técnicas que se mueven por lo mitológico, el culturalismo, lo onírico, el absurdo, lo irónico o lo fantástico. Y todo para ofrecer un sinfín de posibles lecturas a estas historias. Con la edición de este volumen, en cierto modo recopilatorio, el autor pretende cerrar una etapa para aventurarse en nuevos proyectos en el género.

 

José Manuel
Fuente: www.larevistadevaldemoro.com

Manuel Chaves Nogales I y IIBiografía © Confluencias Editorial 2021

La biografía que necesitaba Chaves Nogales

María Isabel Cintas Guillén publica en dos tomos el estudio más completo del gran periodista español con nuevas informaciones

CULTURA. Víctor Fernández. BARCELONA. LA RAZÓN
Martes 2 de noviembre de 2021

La pregunta puede parecer innecesaria, pero es conveniente hacerla. ¿Queda algo por decir de Manuel Chaves Nogales, maestro de periodistas y, tal vez, el mejor ejemplo de aquello que se ha llamado «La tercera España»? La reciente publicación de su obra completa en Libros del Asteroide, donde se incluyen numerosos inéditos, podría hacer pensar que se había cerrado todo lo referente al rescate de un nombre que durante demasiadas décadas había quedado silenciado. Sin embargo, en este mosaico faltaban teselas que permanecían ocultas. Estas son las que ha recuperado María Isabel Cintas Guillén en la gran biografía que merecía el reportero. Es lo que encontramos en los dos volúmenes de «Manuel Chaves Nogales. Andar y contar», que acaba de editar Confluencias y que amplía considerablemente el trabajo precursor de esta misma autora, «Chaves Nogales. El oficio de contar», que ganó en 2011 el Premio de Biografías Antonio Domínguez Ortiz de la Fundación Lara.

En un momento en el que muchos se han autoproclamado como los responsables del resurgir editorial de Chaves Nogales, a Cintas Guillén hay que concederle esa medalla por ser la primera en ahondar sobre el periodista. Ella misma admite que las primeras informaciones sobre el protagonista las obtuvo en 1990, cuando Rogelio Reyes Cano, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Sevilla, le sugirió un tema para su tesis: un periodista sevillano que había escrito unos pocos libros, entre ellos una biografía del torero Juan Belmonte. Había tan poca información disponible en aquel momento que la futura estudiosa del periodista sospechó que su obra se limitaría únicamente a tres títulos.

Fue eso lo que la animó a tratar de localizar a los familiares de Manuel Chaves Nogales y empezó a surgir el retrato de un periodista que conoció guerras y exilios hasta morir solo y demasiado joven. «Tuvo mala suerte», como le dijo Salvador Villalba Díaz de Mayorga, sobrino nieto de Chaves. Poco después, el encargo de reunir la obra narrativa completa del maestro, una iniciativa de la Diputación de Sevilla hizo que Cintas Guillén recopilara en dos tomos los trabajos dispersos del periodista a los que seguirían después los tres con la producción periodística. Una colosal hazaña que puso las bases para todo lo bueno que ha venido después, un círculo que se cierra con esta biografía.

El retrato dibujado con línea fina es el de, en palabras de la biógrafa, «periodista, liberal, republicano, masón y pequeño burgués ». Si nos detenemos en cada uno de estos puntos, es lógico empezar por donde más destacó Manuel Chaves Nogales: el periodismo en un tiempo en el que no estaba todavía muy definida la profesión en España. En esto tuvo mucho que ver la huella dejada por su padre, Manuel Chaves Rey, redactor de «El Liberal» de Sevilla, cuya labor continuó el hijo. Cintas Guillén lo define como periodista con peculiaridades por «su querencia al texto bien escrito, a la corrección y sencillez en el lenguaje y a la esencia pedagógica, rasgos que son la marca de sus trabajos». Fue un enorme reportero que dio sus primeros pasos en un trasfondo literario, pero que luego pasó a informar con la intención, como él mismo decía, de «avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar el interés por los grandes temas de nuestro tiempo».

El libro también subraya el carácter liberal de Chaves Nogales, algo que demostró desde su juventud, convirtiéndose en un firme aliadófilo durante la Primera Guerra Mundial que vio su mundo naufragar con la llegada al poder de Miguel Primo de Rivera. Su liberalismo está en el mismo nivel –hablamos de los años veinte– del que promovían Antonio Machado, Pío Baroja Miguel de Unamuno o José Ortega y Gasset. Demócrata hasta el final, la estudiosa reconoce que de Chaves «nunca se ha sabido de militancia política partidista alguna, quizá también para preservar la línea centrista (por equilibrada) del periódico que dirigió duranta la República, “Ahora”». Igualmente fue republicano, pero nunca quiso saber nada de los extremismos hasta el punto de pensar que, en palabras de Cintas Guillén, «tan nocivo le pareció el anarcosindicalismo como el fascismo que acosaron a la República y acabaron por asfixiarla». Puede que eso fuera lo que acabara desembocando en el olvido injusto al que fue arrastrado el periodista.

La biógrafa fue la responsable de la primera edición de la obra completa del reportero sevillano

Manuel Chaves Nogales empezó a trabajar en Prensa con solo catorce años, en un tiempo en el que todavía coleaban los ecos de la barcelonesa Semana Trágica que había culminado con la ejecución del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia en el castillo de Montjuïc. Varias entidades y colectivos salieron a las calles en protesta por esos hechos y no ocultaron su trasfondo republicano y masón. Fue en 1927 cuando Chaves quedó inscrito en la masonería, concretamente en la logia Danton, empleando como nombre altamente simbólico el de «Larra». El libro demuestra que la logia Danton fue una de las que estuvo en la vanguardia de la lucha progresista frente a la dictadura de Primo de Rivera. Desde un punto de vista religioso, el periodista apostó por, como dice Cintas Guillén, «el mantenimiento de la laicidad refirmando lo civil sin negar lo religioso; propugnar un Estado laico y la separación de Iglesia y Estado».

Sin embargo, pese a que Chaves Nogales era masón no puede decirse que compartiera la totalidad de las ideas de sus compañeros porque «ni defendió públicamente sus opciones, ni colaboró a su propaganda o propagación, ni se sometió a su disciplina, ni se implicó en las luchas, diatribas y discusiones por mantener su respectivo ámbito de influencia (Gran Oriente Español, frente a la Gran Logia Española) ». En su obra periodística no hay rastro alguno de esos aspectos. La biógrafa también admite que se desconoce si durante su exilio en Francia e Inglaterra Chaves Nogales llegó a contactar con los masones de esos países.

En uno de los títulos más destacados de la bibliografía del autor, «A sangre y fuego», el mismo reportero traza su autorretrato: «Yo era eso que los sociólogos llaman “pequeño burgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria». Y es ese aspecto, el de pequeño burgués liberal, el que sirve para acabar de trazar la imagen que nos aporta esta gran biografía. Hay varios ejemplos en los escritos del periodista, como cuando visita la Unión Soviética y comprueba en primera persona que no está de acuerdo con todos aquellos sistemas políticos que tienen como objetivo acabar con los logros alcanzados por la sociedad burguesa.

Y no fue un periodista que viviera mal, como se narra en «Andar y contar». «Cuando el sueldo medio de un periodista era de 300 pesetas, él llegó a cobrar 2.500, viajes y reportajes apartes. Durante el tiempo en que se editó “Ahora” habitó con su familia la planta alta, amplia y confortable, del edificio donde estaba la empresa Rivadeneyra, en la cuesta de San Vicente, que el mismo Baroja, que la frecuentaba, confesó envidiar», según describe María Isabel Cintas Guillén.

Son las piezas que faltaban del rompecabezas, los elementos que ayudan a acabar de vestir la imagen de uno de los mejores reporteros de todos los tiempos.

VÍCTOR FERNÁNDEZ
Fuente: www.larazon.es/cultura

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Trilogía del fin de siglo - Gabriel Albiac © Confluencias Editorial 2021

Diamantes rotos

«La reedición de las tres novelas ‘noir’ de Gabriel Albiac bajo el título de ‘Trilogía del fin de siglo’ da pie al autor para resaltar la precisión de un escritor capaz de convertir cada frase en un destello de inteligencia».

 

Diamantes rotos

ÁLVARO J. VIDAL BOUZON
Otras voces. El Mundo, miércoles 3 de noviembre de 2021

A FONDO LITERATURA
La reedición de las tres novelas ‘noir’ de Gabriel Albiac bajo el título de ‘Trilogía del fin de siglo’ da pie al autor para resaltar la precisión de un escritor capaz de convertir cada frase en un destello de inteligencia.

DICE GEORGE SAUNDERS que, en escritura, todo se juega, antes de nada, al nivel de la frase: unidad mínima del campo de batalla en la que el sentido se decide. Y da, así, consistencia única al envite al que el sujeto que escribe se enfrenta: no hacer de la sintaxis sólo reflejo mediado del mundo, de cualquier mundo, sino cosa viva (aun si, como todo, ya moribunda) entre las vivas cosas del mundo. Mentira, sí. Pero mentira literaria.

Confluencias republica bellamente, bajo el nombre de Trilogía del fin de siglo, las novelas de Gabriel Albiac cuyo eje viene configurado por los avatares de un solo sujeto, poliédricamente conforma-do por diferentes voces y en tres momentos históricos bien determinados. Últimas voluntades (1998), Palacios de invierno (2003) y Blues de invierno (2015) son, sobre todo, el ascético reflejo discursivo de unos personajes que, ya di-rectamente ya vampirizando la más cálida mirada de un narrador que no acaba bien de ser otro, van fundiéndose sobre la pantalla de los, en mayor o menor medida, escombros en los que la siempre implacable Historia ha tornado sus precarias biografías.

«La trilogía es un elenco de almas rotas, fríos diamantes ajados, como todo, por el tiempo»

No es, sin embargo, o no sobre todo, el fin del siglo XX aquello de lo que hablan. Ni siquiera de la fortuna generacional de quienes, jóvenes militantes revolucionarios en el eco fulgurante de mayo (el Mayo-1968), han visto sus vidas zozobrar, tal vez aporéticamente, entre la certeza de cuán justo fue rebelarse y la angustia, que no arrepentimiento, de saber con qué horrores hubieron de transigir para así hacerlo. Por supuesto que las tramas, y las conciencias, que constituyen las tres novelas vienen condicionadas por la conmoción que la caída del imperio soviético produjo incluso en aquellos que, aún a sí mismos llamándose comunistas, habían laboriosamente construido la crítica más minuciosa de aquel universo concentracionario. Claro que, atendiendo a las condiciones españolas, Últimas voluntades apunta, mucho más que de paso, un desnudo y devastador retrato de la Guerra Civil, articulado también, como en mayor medida en Palacios de invierno, a las servidumbres que la mitologización de la contienda impuso no sólo en la lucha contra la dictadura en general sino en los más jóvenes militantes de la extrema izquierda de los años setenta en particular, incluyendo las enloquecidas derivas proletarizantes. Y que el conjunto de estrategias geopolíticas globales que acabaron por determinar el paso de la dictadura a esto de ahora (especialmente lo que anfibológicamente llamamos Transición) se ve reflejado con mayor exactitud en ciertas páginas de Últimas voluntades y, sobre todo, Blues de invierno que en bastante de la bibliografía hegemónica sobre el período. O que el todavía enigmático golpe del 11-M, en el marco político abierto tras el 11-S, encuentra, en la novela que cierra el ciclo, y a través de la ficción (esto es, del exceso) de una hipótesis monstruosa, la verdad de los íntimos vínculos que anudan los muy empobrecidos restos de los dos grandes sistemas ideológicos (de las dos últimas teologías políticas) que devastaron el siglo.

Todo ello está ahí. Todo ello es parte constituyente del escenario en el que se mueven los personajes. Y, en la mejor tradición del Chandler de diálogos cortados a cuchillo, pero también, y más sobrecogedoramente, del McCoy que, como Albiac en por lo menos dos ocasiones, acaba llevándonos de la mano y en primera persona al umbral mismo en que la muerte acaba por apagar la conciencia, todo ello es iluminado a través de aparentemente anecdóticos submundos del crimen (de psicótico delirio pasional y de venganza vigilante en Últimas voluntades, de atormentado suicidio y vulgar terrorismo nacionalista en Palacios de invierno, de alto terror de Estado en Blues de invierno). A todo ello llamamos noir y sobre sus más esenciales convenciones narrativas construye Albiac tres novelas de personajes que, como con frecuencia en los grandes clásicos del género, no son sino, en diferentes momentos de sus vidas, títeres desarrollando los movimientos y repitiendo las retóricas que otros (u Otro), en esferas más poderosas, han diseñado y les han asignado. Piezas de mecano, sí, pero inteligentes piezas, pues conscientes, al fin, de la condición de su papel, del carácter del escenario y de lo impostado de la lengua en que, en algún tiempo, aquellos que habían sido ellos fueron forjados. ¿Qué queda de la identidad de quien así se enfrenta a, y así se reconoce en, el imaginario de sus vidas? La respuesta de la trilogía es: nada. Fantasmas entre ruinas, sabedores de haber ineluctablemente sido engranajes menores en una ineluctable tragedia. Pero, con todo, inteligentes. No sé, por ello, si sería realmente riguroso llamarles supervivientes –incluso si sería riguroso llamar superviviente a esa parte de ellos que sabe de las íntimas imposiciones, cotidianas transigencias y, en algunos casos, corruptelas menores en que han derivado sus vidas.

Porque es eso, la inteligencia, lo que por igual, aunque en diferente medida, los pierde y los salva –el hilo que atraviesa y dota de unidad a las tres novelas. Mucho más de lo que lo hace la contextualización fin de siglo o, incluso, mucho más que la desolación última en que acaba lo que había sido deseo en las gentes de su misma edad, condición, experiencia y, lo que es con diferencia muchísimo más determinante, biblioteca, filmoteca y discoteca: después de su educación sentimental, fin de fiesta. Mas consciente fin de fiesta. Precisamente por ello, son, ahora, y después de todo, libres. Decir que también felices se me antojaría obsceno.

«Los personajes de Albiac son títeres repitiendo las retóricas que otros han diseñado y les han asignado»

DE ESO, en fin, es de lo que habla esta trilogía, y sus personajes principales. Y lo hace con la gramática misma de esa misma inteligencia, en cuya configuración son herramienta central y pieza clave la concepción cinematográfica y algunas de las voces femeninas: Elsa Kurtz y Lola Aizpir en Últimas voluntades; Lucía Moreno y, sobre todo, Paula en Palacios de invierno; Julia Arístegui, pero también (de otro modo y desde otro mundo) Yuki y Yanna, en Blues de invierno encarnan mucho mejor que sus más despistados compañeros varones la paradójica pasión de, y por, la razón que recorre el texto y enmarca los contextos. No otro es el frío de ese invierno, el que exige la recurrente tentativa de reescribir y actualizar La Reina de las Nieves que la trilogía asimismo es: abandonando, por así decir, la última orilla y soñando refugiarse en sus fortalezas de la soledad, bien estaría que no se haya dado la toma de Palacio si, después de todo, pudieran estos espíritus encerrarse en la consolación barroca que puntúa los títulos de la primera novela, cuyo Prólogo da, gongorina y elípticamente, desde el principio, la clave de toda la trilogía: ¿lo único que abra el mármol?

En las esquirlas de razón que guía su escritura, estas novelas son, sin embargo, y no en menor medida, también más cosas. Por ejemplo: Últimas voluntades es un retrato de la condición filial; Palacios de invierno, una etiología de la atracción y la sexualidad; y Blues de invierno, tal vez por encima de cualquier otra cosa, una apología de la amistad. Tres formas de lo que C. S. Lewis no vería mal denominar amor. Elenco de almas rotas, fríos diamantes ajados, como todo, por el tiempo. Pero, en el tibio refugio de su inteligencia, definitivamente no herrumbrosos.

Todo esto se da sólo en la precisión de la que Gabriel Albiac es maestro. Y que él talla, minuciosamente, primero en cada frase.

Álvaro J. Vidal Bouzon es profesor de Historia Política y Literatura Contemporánea de España y Portugal en la Universidad de Nottingham (Inglaterra).

 

ÁLVARO J. VIDAL BOUZON
Fuente: www.elmundo.es/opinion

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Gabriel Albiac © EFE

Intelectual es para mí un insulto

Gabriel Albiac: "Intelectual es para mí un insulto"

El filósofo Gabriel Albiac, escritor, columnista, comentarista de radio y profesor emérito de la Complutense, de la que fue catedrático de Filosofía, cumplió 70 años durante el confinamiento y ha publicado una nueva edición de su «Diccionario de Adioses» (Confluencias), ampliada y revisada, con motivo de lo cual ha dicho a Efe: «Intelectual es para mí un insulto».

PREGUNTA.- ¿Está seguro de que conociendo el siglo XX no volveremos a repetirlo?
 
RESPUESTA.- No, de eso nadie puede estar seguro. Pero quizá habría que matizar un poquitín la pregunta. En la historia de los hombres nada se repite. Nunca. Todo es -Heráclito lo supo- irreversible. Para bien como para mal. Las constantes humanas -la básica pulsión de muerte, que es la más fuerte de ellas- se invisten, cada vez, bajo metáforas específicamente determinadas. Lo cual ni mejora ni empeora nada, salvo en esa eficiencia técnica que lleva a Freud a definir su siglo que empezaba, el XX, como el más mortífero de la historia. Simple perfeccionamiento de la eficiencia técnica. 
 
P.- Afirma que su mundo morirá antes que usted…
 
R.- Eso es lo duro. Que nuestro mundo muera con nosotros es lo normal y lo moralmente aceptable. Pero hay generaciones condenadas a sobrevivir a su mundo muerto. A convivir con un cadáver. Entonces el sentido desaparece. Y la vida no es más que un vértigo de angustia. El gran Francesco Guicciardini lo formulaba en el siglo XVI con una perfección pasmosa: todas las cosas se derrumban un día, también los hombres, también los ciudades, las naciones, los mundos; lo duro es estar debajo cuando caen.
 
P.- Una vez superado el siglo XX ¿quién lleva más razón, Jorge Manrique con su ‘cualquier tiempo pasado’ o Ferlosio, con su ‘vendrán más años malos…’?
 
R.- Todos los tiempos humanos son pésimos. Y, por ello, todos nos empecinamos en pensar que el nuestro ha sido el peor de los posibles. Es una ingenuidad. Para el animal que es mortal y lo sabe -nosotros sólo-, todo tiempo es el peor de los tiempos posibles. Porque es el de su muerte. 
 
P.- ¿Es posible que la judeofobia de los años treinta haya arraigado en la extrema izquierda?
 
R.- Es asombroso para quienes, como yo, venimos de aquella extrema izquierda de final de los sesenta en la que el antisemitismo aparecía como una monstruosidad odiosa. Pero el inconsciente humano no tiene cura ni es colonizable. Retorna siempre a sus coartadas más rentables: la invención de figuras demoníacas es la primera de ella; y, en ese territorio, el papel de lo judío está perseverantemente consagrado. Es amargo que el núcleo más duro de esa fobia se haya asentado precisamente en el área de la extrema izquierda; pero ya sucedió a finales del siglo XIX.
 
P.- ¿Por qué los intelectuales han sido tan comprensivos con el totalitarismo y tan críticos con la democracia?
 
R.- ¿Qué es un intelectual? Cada vez tiendo más a pensar que es el que no tiene capacidad para ser otra cosa. Fíjese en los firmantes de las «cartas de intelectuales» en España: el 80%, calculando a la baja, son gentes del espectáculo; lo más analfabeto de una sociedad. Puedo atisbar qué es un escritor, qué un científico, qué un erudito… «Intelectual» -esa forma vergonzante del diletante- es, para mí, un insulto.
 
P.- ¿Por qué el terrorismo aún no ha perdido su prestigio?
 
R.- Porque el término nació, hacia 1792, para dar razón de la forma del Estado en el momento mismo de la revolución. Hay que releer el artículo maravilloso en el que Condorcet explica, casi matemáticamente, hasta qué punto la expresión «Estado revolucionario» es un oxímoron, bajo el cual sencillamente se encubre el Terror; en los términos en los que Robespierre decía que no hay, en política, más que dos opciones: Corrupción o Terrorismo.
 
P.- Sostiene que cierta izquierda tiene «nostalgia de lo peor»…
 
R.- La nostalgia de lo peor acecha siempre a los hombres. El problema de la izquierda española es su profunda autocomplacencia. Mire, contra la dictadura franquista fuimos cuatro gatos los que afrontamos el riesgo de una resistencia clandestina que entrañaba riesgos muy altos. Quienes hoy enarbolan la retórica «izquierdista» son los que nada hicieron cuando hacer algo salía caro, los que tienen ahora que suplir con grandilocuencia su vacío. Es triste, pero normal. Dan un poco de asco, eso sí.
 
P.- Recuerda a Robespierre queriendo celebrar la desdicha ¿Tiene hoy epígonos?
 
R.- Todos. Todos son epígonos de esa «fête du malheur», forma laica del tópico sacrificial de matriz cristiana. Por eso, en esta nueva edición del ‘Diccionario’, el centro de gravedad es una voz nueva, que se me fue imponiendo en mis últimos quince años de trabajo sobre el siglo XVII: el libertinismo. Pienso ahora que Europa perdió su gran ocasión cuando los libertinos eruditos fueron aniquilados, primero en la Francia del primer tercio del XVII, luego en la derrota de aquella maravilla que fue el Ámsterdam de los hermanos De Witt. Ha sido la única ocasión de una modernidad gozosa. Lo sacrificial retornó. Hasta nosotros.
 
P.- ¿Por qué reúne en un mismo capítulo el nacionalismo, el fascismo y el populismo?
 
R.- Porque los tres son variedades sucesivas de una misma y brutal pulsión de identidad que, al prometer el paraíso, permite instalar cualquier infierno como legítimo precio de un absoluto al alcance de la mano, el maldito «asalto a los cielos», que ha producido más masacre que ningún otro proyecto. 
 
P.- ¿De qué hay que despedirse en tiempos de pandemia?
 
R.- Los de mi edad, de la vida que conocimos. Tal vez, de la vida a secas.
 
P.- ¿Qué es lo último a lo que ha dicho adiós?
 
R.- A la esperanza. Pero es ése un adiós bello. La esperanza nos hace siervos. Dice Spinoza que aún más siervos que el miedo. Tiene razón.
 
Alfredo Valenzuela
Sevilla, 14 ene (EFE)
EFE /av/ja
Tanger © Fernando Castillo

El Tánger de Fernando Castillo

«Un cierto Tánger» realiza una aproximación física, histórica y literaria a una ciudad que fue un modelo de apertura a todas las ideas, de liberalidad y diversidad.

En el equipaje del viajero no suele faltar la típica guía donde se sugieren visitas imprescindibles y lugares de hospedaje, libación y compras. Lecturas más prácticas que literarias. Es encomiable el afán de editoriales como La Línea del Horizonte o Confluencias por recuperar clásicos o publicar obra nueva de un género que explora el alma de esos destinos más allá del horario de apertura y el precio de sus atracciones. Confluencias ha lanzado la colección Zocos, libros de bolsillo que son una delicia: la Roma de Julien Gracq, el Londres de Paul Morand, el San Sebastián de Fernando Savater, El Cairo de Gérard de Nerval, la Florencia de Harold Acton… o el Tánger de Fernando Castillo.

Prolífico y fino ensayista de la cultura y la historia contemporánea, Castillo también se ha ejercitado en los libros de viajes (su Atlas personal, editado por Renacimiento, es de este mismo año). En Un cierto Tánger realiza una aproximación física, histórica y literaria a una ciudad que fue un modelo de apertura a todas las ideas, de liberalidad y diversidad. La ciudad de William Burroughs y de la Generación Beat, de Paul Bowles (el autor de El cielo protector vivió allí desde 1947 hasta su muerte en 1999) y de Ángel Vázquez, cuyo personaje Juanita Narboni describe lo que fue el Tánger Internacional: «Mira, mi bueno, gracias a Dios hemos nacido en una ciudad donde no somos ni del todo cristianas, ni del todo judías, ni del todo moras. Somos lo que quiere el viento». Un Tánger, señala Castillo, convertido hoy en zoco para «turistas ávidos por lo exótico» e «impostados místicos que ignoran que el pasado es único».

Fuente: www.abc.es

Fotografía: © Fernando Castillo Cáceres