José Jiménez Lozano - Palencia

Jiménez Lozano, uno de nuestros raros

Las pequeñas editoriales son hacedoras de algo parecido al milagro, que en este ámbito toma la forma de la resurrección.

Confluencias Editorial publica ‘Precauciones con Teresa’ y ‘El mudejarillo’, de José Jiménez Lozano.
Dentro de la raquítica tradición literaria católica que tenemos en España, este autor ocupa un lugar relevante .
Ha tenido un sólo problema y es el de no hacer carrera literaria en Madrid o Barcelona y haberse quedado en la provincia .

Las pequeñas editoriales son hacedoras de algo parecido al milagro, que en este ámbito toma la forma de la resurrección. Digo esto porque editoriales como Confluencias llevan años recuperando textos raros y esenciales de nuestra literatura, tal la obra de José Jiménez Lozano (Langla, Ávila.1930) de quién esta casa editora ha publicado 7 parlamentos en voz baja; Impresiones provinciales. Cuadernos; Memorias de un escribidor Cavilaciones y melancolías. Ahora se descuelga con dos obras publicadas hace años en editoriales de baja distribución y, por lo tanto, prácticamente inencontrables, Precauciones con Teresa, que publicó la Junta de Castilla y León, y El mudejarillo, que editó Anthropos en 1992, en un solo tomo.

Son narraciones que tienen como protagonistas a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, que es junto a Miguel de Molinos, a quien estudió con cierta fruición José Ángel Valente, dos de los grandes místicos de nuestra literatura, dos narraciones donde se proclama la condición de miembros de familia conversas de los dos carmelitas, que en su tiempo, un tiempo de exaltación religiosa e iluminista que la Iglesia oficial veía con malos ojos a la espera propicia de un castigo ejemplar. Les vino de perlas con las luchas fratricidas luteranas que amenazaban con dividir el Imperio en Europa y que revolucionaron las bases de la fe cristiana. Teresa es una de nuestras grandes prosistas y Juan de la Cruz nuestro poeta de la Luz por excelencia y, por tanto, patrón de los poetas españoles, lo que no deja de ser un sarcasmo en un hombre maltratado en su tiempo  hasta el punto de tener que ser asistido en grave situación por intervención de Teresa de Jesús, lo que le salvó la vida.

Y se me podrá replicar cómo justifico ese ser preterido de Jiménez Lozano si fue premiado, entre otros galardones, con el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 2002, con el Premio Cervantes, el más importante en lengua castellana. Una vez más, los premios tiene que ver poco con la literatura, a quién quieren corresponder, sino bajo forma de pálido reflejo, y esto a veces en el mejor de los casos. Jiménez Lozano, y esto me lo parece desde hace muchos años, ha tenido un sólo problema y es el de no hacer carrera literaria en Madrid o Barcelona y haberse quedado en la provincia, y además en una en la que su compañero Miguel Delibes era el único indiscutible, y todo ello por mor de que en las capitales de provincia sólo cabe uno, siendo dos multitud. Para ahondar más en la cosa, pongamos un ejemplo que nos avisa de tamaña extravagancia: la última novela de Delibes que fue aclamada como una de las mejores, sino la mejor de sus novelas, según algunos, fue publicada cuando el autor ya había pasado el ecuador de la madurez en su obra y no se le esperaban maravillas. Delibes, entonces, realizó cierto ejercicio de prestigitación publicando El hereje, que trata de la quema de iluministas en Valladolid, aviso certero de la Inquisición durante el reinado de Carlos V y que el autor llevó a cabo describiendo las peripecias de Cipriano Salcedo, un comerciante que se interesa por las tesis luteranas y que sirve a Delibes para describirnos un fresco de las luchas religiosas, abortadas antes de que llegaran a formularse siquiera, que se estaba librando en la Península y que la Inquisición segaría a sangre e hierro para convertir la nación en martillo de herejes.

Lo que en Delibes es descripción del pensamiento herético, es visto desde fuera y, por eso, en Jiménez Lozano llega  ser más sutil y ello se explica quizá porque dentro de la raquítica tradición literaria católica que tenemos en España, lo que en principio puede parecer contradictorio pero no lo es si la comparamos con la francesa o la italiana, Jiménez Lozano ocupa un lugar relevante. Si este hombre hubiera nacido en Francia se mediría con escritores católicos como François Mauriac o Julien Green, o italiano, desde luego, aunque esté en otra onda menos futurista, con Giovanni Papini o Vittorio Mesoni, pero en España un autor católico típico es José María Pemán. Con ello está todo dicho.

Precauciones con Teresa y El mudejarillo son obras escritas con un lenguaje desnudo, en eso como en tantas otras cosas, Jiménez Lozano y Delibes coinciden. Transparente, al modo periodístico, grandes periodistas fueron los dos en El Norte de Castilla, con una información precisa y escueta que oculta un gran conocimiento sobre el tema, lo que implica una discreción sin límites.

Jiménez Lozano, uno de nuestros escritores secretos.

 

Fuente: www.cuartopoder.es

José Jiménez Lozano © Confluencias Editorial

Cavilaciones y melancolías

«Recordar a los difuntos es otro de los modos de escapar de este claustrofóbico encierro en nuestro tiempo».

El día de los difuntos debería ser el día de la cultura. Como la Iglesia no doblegada a los imperativos del momento, la auténtica cultura es uno de los modos de escapar a la claustrofóbica condición de vivir encerrado en nuestro tiempo. Otro es el recuerdo de nuestros difuntos, que puede ser tan intenso y tan íntimo como para sentirlos aquí, junto a nosotros, opinando como si tal cosa de nuestros problemas, si se los consultamos. En realidad, los tres ámbitos, Iglesia, familia, cultura, están íntimamente relacionados y el 2 de noviembre -no hay dos sin tres- es un día perfecto para conmemorarlos.

Lo haré por todo lo alto terminando de leer Cavilaciones y melancolías (Confluencias, 2018), la última entrega de los diarios de José Jiménez Lozano, el más cervantino de los premios Cervantes. Exceptuando al señor de Torre de Juan Abad, que cinceló estos versos: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”; Jiménez Lozano es el escritor que mejor conversa con los muertos. Ya sean los escritores, gentlemen and friends, como él les llama porque lo son suyos. Ya sea con los amigos y familiares que faltan, que no le faltan, y los recuerda en carne viva a cada poco. Ya sea con una fe que salta, con la gracilidad de un Kierkegaard, sobre las dudas y los líos.

Es con esa hondura (que atraviesa el presente) con la que Jiménez Lozano puede mirar la vida y la naturaleza con una mirada tan clara. Se asoma al campo y si anochece ve «la luna llena, grande y solemne, como si pesase demasiado y la costase despegarse del horizonte»; y si amanece «la neblina matutina se retira como un papel de seda en el que está envuelto un regalo».

La gran lección de los diarios de Jiménez Lozano es que es posible defender el yo personal, insobornable y propio de tantas presiones contemporáneas de consumismos en cadena y de pensamiento único también en cadena. Él puede leer el periódico y seguir (a distancia) la política del mundo sin perder el ánimo, porque no pierde el ánima. Lo logra porque es un yo escoltado y resguardado por los escritores y filósofos de antaño, por los familiares y amigos de ayer, por el arte y la fe de siempre, que le cobijan la intimidad y le sostienen el humor. Él entero está en esta frase: «Mientras sea posible sonreír, siquiera en privado, no estará todo perdido».

ENRIQUE Gª-MÁIQUEZ

Fuente: diariocadiz.es

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